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Mil cubetadas de agua
Yuko vivía en un pueblo en el que la gente se ganaba la vida pescando y cazando ballenas. El padre de Yuko también era ballenero.
—¿Por qué cazas ballenas, padre? —preguntó Yuko.
—Es todo lo que sé hacer —respondió su padre.
Pero Yuko no comprendía.
Yuko fue a donde vivía su abuelo y le hizo la misma pregunta.
—Tu padre hace lo que sabe hacer —dijo el abuelo—. Mejor haz tus preguntas al mar.
Así que Yuko se fue al mar. Vio una ballena que había quedado varada en la playa al bajar la marea.
Corrió a la orilla para ayudarle, llenó una cubeta con agua y se la arrojó a la ballena. Pero la ballena era tan grande como una iglesia.
El niño pensó en arrojarle mil cubetadas de agua si era preciso. Yuko hizo muchos viajes al mar en busca de agua. Sabía que tenía que humedecer todo el cuerpo de la ballena o ésta moriría bajo el sol.
A Yuko ya le dolían la espalda y los brazos, pero seguía sin parar, hasta que cayó agotado. Enseguida notó que lo levantaban. Era el abuelo. Entonces oyó voces: su padre y toda la gente del pueblo corrían hacia el mar, con cubetas, bandejas y otros recipientes, para ayudar a mantener húmeda la piel de la ballena.
Poco a poco el mar fue subiendo, hasta que cubrió la enorme cola de la ballena.
Yuko se acercó a su padre y le dijo:
—Gracias padre, por traer a toda la gente para que ayudara.
—Eres fuerte y bueno —dijo su padre—, pero para salvar a una ballena se necesitan muchas manos.
Anónimo.
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