Practica escucha

Bloque 4

 
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Robinson Crusoe

 

 

 

 

 

El golpe lo recibí en el costado y en el pecho, de resultas del cual me quedé sin respiración, y si una ola hubiese vuelto en aquel instante, habría perecido sin remedio. Por fortuna recobré mis sentidos antes de que volviese, y en el momento en que vi que iba a ser arrollado de nuevo, me agarré a la punta de una roca, deteniendo mi respiración mientras el agua me cubría. Y como las olas no eran tan altas como antes y la tierra estaba más próxima, intenté avanzar más hacia la orilla, y lo logré, de modo que la próxima ola que me cubrió no pudo arrastrarme ya al mar; una nueva carrera me condujo a tierra firme, donde con gran alegría recorrí las rocas de la costa, y me eché sobre la hierba, libre ya de peligro y fuera del alcance de las olas. […]

Apenas me vi en seguridad, levanté los ojos al cielo, dando gracias a Dios por haberme salvado la vida en unas circunstancias en que hacía algunos minutos no había motivo alguno para la esperanza.

Recorrí la playa, alzando las manos al cielo, absorto en la sola idea de haberme librado de un peligro tan inminente, expresando mi alegría con mil gestos y movimientos que no puedo describir. Me acordé luego de mis camaradas, que debían de haber perecido, pues creía que era solo el que se había salvado del naufragio. Y, en efecto, no volví a ver jamás a ninguno de ellos, ni percibí la más pequeña huella, excepto tres sombreros, una gorra y un par de zapatos, que no eran parejos. Entonces volvía la vista al barco encallado; pero el mar se conservaba tan fuerte y con olas tan altas, que apenas podía distinguirlo. ‘¡Dios mío! –exclamé–, ¿cómo es posible que haya yo podido llegar hasta tierra?’ Después de haber consolado mi espíritu con la idea de que mi situación era todavía soportable, comencé a mirar en derredor mío para saber en qué sitio me hallaba y resolver lo que había de hacer; mas caí bien pronto en un hondo abatimiento, porque veía que las consecuencias de haberme salvado eran terribles. Me concentraba mojado, y no podía cambiar de vestidos; no me quedaba, pues, otro recurso que morir de hambre o ser devorado por las fieras. Pero lo que más sentía era no tener ningún arma con la cual pudiese cazar algún animal para proveer a mi subsistencia o defenderme contra los que viniesen a atacarme. Todo lo que poseía se reducía a muy poco: un cuchillo, una pipa y un poco de tabaco en una cajita. Estas eran todas mis provisiones, y ello me sumergió en tan terrible agonía de espíritu, que durante un rato estuve corriendo de un lado a otro como un insensato. Mientras tanto, la noche se aproximaba, y empecé a reflexionar tristemente sobre los peligros que correría si, por desgracia, aquel país estaba infestado de fieras, no ignorando que estas buscan su presa durante la oscuridad.

El único recurso que se ofreció a mi imaginación fue subirme a un árbol muy frondoso parecido a los abetos, pero espinoso que se elevaba cerca de mí. Resolví pasar allí la noche, esperando encontrar al otro día la muerte, que consideraba inevitable”.

 

Defoe, Daniel (1968), Robinson Crusoe, Barcelona, Círculo de Lectores.