Y nació… Don papalote
Los papalotes vuelan, llevando al cielo nuestros sueños. Con la complicidad de un
hilo, logran acariciar al viento, se acercan a las nubes, y desde allí vigilan la Tierra.
Hasta hoy, no se sabe quién es el padre de este mágico juguete, que por siglos
ha mantenido “en las nubes” a chicos y grandes. Se cree que fue originado
en la China, 500 años antes de Cristo. En los escritos de Confucio, filósofo
chino, se asegura que la primera persona en construir un papalote fue el señor
Mo Ti. Le tomó tres años diseñar un papalote en forma de paloma, que al
primer vuelo se desbarató, pero se cree que este proyecto fue el precursor de los
papalotes que hoy vuelan audazmente, aun en los vientos más fuertes.
Otros dicen que el inventor del papalote fue un general chino llamado Han Hsin,
200 años antes de Cristo. Él lo voló desde su palacio, porque quería calcular la
distancia entre la armada y las paredes de su palacio, para saber la longitud
exacta del túnel que quería construir para que sus tropas pudieran entrar a su
palacio por este túnel. Y con Arquidas de Tarento, un matemático griego del año
400 a.C., llegan a tres los padres a quienes se adjudica Don Papalote.
En oriente –especialmente en China, Japón e Indonesia– los papalotes
constituyen uno de los pasatiempos más antiguos y populares. Los orientales
estudiaron tanto su poder de vuelo, que llegaron a inventar también los
papalotes humanos y los utilizaron en maniobras militares. Hasta hubo, en
esa época, un ladrón que se montó en uno de estos papalotes para robar partes
de oro de los dragones que adornaban las pagodas de un templo chino.
¡Menos mal que inventaron los papalotes!
Aunque en un principio el papalote se inventó “para pasar el rato” y
“sacarle jugo a los vientos”, con el paso del tiempo contribuyó con grandes
descubrimientos. En 1752, Benjamin Franklin diseñó uno y lo hizo volar dentro
de una tormenta. La electricidad que se transmitió a tierra por medio del hilo
de seda que la sostenía demostró la naturaleza eléctrica del relámpago. Este
experimento dio nacimiento al pararrayos.
Más tarde, en 1894, Guillermo Marconi (el inventor de la telegrafía sin hilos)
elevó un papalote con una antena, realizando una conexión radiofónica
entre Cornualles y la isla de Terranova, a 3 400 kilómetros. ¡Fue la primera
transmisión trasatlántica entre Europa y América!
Y un dato más: por el mismo principio que mantiene en el aire a los papalotes,
se mantiene sobre el agua el esquiador náutico. Interesante, ¿verdad?