Este tema abarca de 1814 a 1871. El propósito de estudiar este periodo consiste en analizar y comprender los movimientos políticos y sociales del siglo XIX, así como su relación con las ideologías de la época, el liberalismo, el conservadurismo, el nacionalismo y el socialismo. Se hace una revisión de las condiciones de vida de la clase obrera y cómo estas dieron origen a movimientos e ideologías sociales como el ludismo, el cartismo, el socialismo utópico, el socialismo científico y el anarquismo. También se estudiarán los rasgos característicos de cada una de tales ideologías, poniendo énfasis especial a la forma en que las ideas nacionalistas influyeron en la unificación política de Italia y Alemania.
En conjunto, la herencia del Imperio fue ambivalente en el orden interno e internacional. En Francia, los notables recuperan su influjo, pero es más discutible que recuperen sus privilegios, ya que la nobleza imperial no disfrutaba (…) de exenciones fiscales. La articulación del Estado francés del siglo XIX se basa esencialmente en la obra constitucional de los primeros años del siglo (…). Mientras algunos principios de la revolución se amortiguaban en Francia, se exportaban con todo su vigor reformador a los estados de la constelación imperial. La modernización administrativa y la abolición de la servidumbre se convirtieron en dos principios universales, y los estados excepcionalmente no influidos, como Rusia, se descuelgan de la marcha de la historia.
Alguna vez se ha considerado a Napoleón el último déspota ilustrado, el hombre que concentra en sus manos un poder ilimitado para proceder a reformas, y en efecto, el refuerzo del poder central y la modernización de la administración habían caracterizado a las monarquías del siglo XVII. Pero, por otra parte, Napoleón es un hijo de la Revolución, que mantuvo el principio de la libertad de los campesinos y la igualdad civil, aun mostrando al mismo tiempo que no era incompatible con la prepotencia social de los notables. Con el Consulado y el Imperio se reordena la Revolución, que sin el lastre de sus elementos quiméricos adquiere vigencia. Si el elemento de referencia es el pasado, Napoleón prolonga la revolución; pero si se analiza su obra desde el futuro, su peso es mucho mayor. Con la abolición de los particularismos estatales en Italia y Alemania, la defensa de la nueva ordenación social sin estamentos y sin siervos y el principio de la unidad administrativa, civil y económica puso los fundamentos de los nacionalismos, una de las fuerzas claves del siglo XIX.
Antonio Fernández, Historia universal, Edad Contemporánea,
Madrid, España, 1994, pp. 93-94.
Lo que en realidad venden los obreros al capitalismo por dinero es su fuerza de trabajo. El capitalista compra esta fuerza de trabajo por un día, una semana, un mes, etc. Y, una vez comprada, la consume, haciendo que los obreros trabajen durante el tiempo estipulado. Con el mismo dinero con que les compró su fuerza de trabajo, por ejemplo, con los dos marcos, el capitalista podía haber comprado dos libras de azúcar o una determinada cantidad de otra mercancía cualquiera. Los dos marcos con los que compra dos libras de azúcar son el precio de las dos libras de azúcar. Los dos marcos con los que compra doce horas de uso de la fuerza de trabajo es, pues, una mercancía, ni más ni menos que el azúcar. Aquélla se mide con el reloj; ésta, con la balanza […].
En realidad, el obrero ha cambiado su mercancía, la fuerza de trabajo, por otras mercancías de todo género y siempre en una determinada proporción […]. Por tanto, los dos marcos expresan la proporción en que la fuerza de trabajo se cambia por otras mercancías, o sea el valor de cambio de la fuerza de trabajo. Ahora bien, el valor de cambio de una mercancía, expresado en dinero, es precisamente su precio. Por consiguiente, el salario no es más que un nombre especial con que se designa el precio de la fuerza de trabajo, […] el nombre especial de esa peculiar mercancía que sólo toma cuerpo en la carne y la sangre del hombre…
Karl Marx, Trabajo asalariado y capital,
citado por Antonio Fernández, Historia universal. Edad Contemporánea,
op. cit., pp. 255-256.
Garibaldi encarnó las aspiraciones centrales de un siglo que luchó por la libertad. Vivió en la Italia del siglo XIX y del nacionalismo revolucionario. Desde su juventud buscó lo más avanzado de la época y estuvo en contacto con los socialistas utópicos. En 1834 formó parte del movimiento de la Joven Italia dirigida por José Mazzini. En 1843 fracasó en su intento de rebelión en Génova, por lo que tras ser condenado a muerte se vio obligado a huir a América.
Luchó en Sudamérica defendiendo la República Grande Do Sul que quería emanciparse del reaccionario imperio brasileño. En Uruguay participó en las revueltas contra el presidente Manuel Oribe y el tirano argentino Juan Manuel Ortiz de Rosas. Batallas, escaramuzas, derrotas, todo hacía de Garibaldi un héroe; al usar la fuerza, el valor y la astucia salía incólume de cualquier lucha que emprendiera. Recibió noticias alentadoras de Italia para sus ideales, por lo que en 1848 decidió zarpar de Montevideo con 63 legionarios. Emprendió numerosas campañas a favor de los reinos y territorios italianos, para lograr la unificación de Italia, bajo la dirección del rey Víctor Manuel II del reino de Piamonte. Con apoyo francés, intervino en la guerra contra Austria. En las negociaciones de paz, Víctor Manuel logró de Austria la anexión de Lombardía, tras la que vendrían las de Parma, Módena, Toscana y Romaña, al solicitar los gobiernos provisionales de estas su unión al Piamonte.
El siguiente objetivo de Garibaldi fue lograr la liberación del reino de las dos Sicilias en donde Francisco II de Nápoles ejercía una monarquía absoluta. Las constantes revueltas propiciaron la famosa expedición de “los 1000 camisas rojas”. El 11 de mayo de 1860 desembarcaron en el puerto de Marsala; los hombres eran un grupo de voluntarios de toda Italia, armados en su mayor parte con anticuados mosquetes y uniformados con camisas rojas, llenos de entusiasmo y fervor revolucionario.
Al frente de su tropa, Garibaldi arribó cerca de Palermo y libró la batalla de Calatafimi; tras esta victoria, avanzó, tomó la ciudad, y obligó a Francisco II a huir. Garibaldi ambicionaba una Italia unida bajo un solo gobierno radicado en Roma, por lo que concibió la idea de marchar sobre los Estados Pontificios; sin embargo, Víctor Manuel II y el primer ministro Camilo Benso, conde de Cavour, temerosos de perder lo logrado ante una radicalización del conflicto, maniobraron para detener el avance de Garibaldi. Las tropas piamontesas tomaron las Marcas y Umbría, lograron evitar su entrada a Roma. El incidente supuso un enfrentamiento entre el rey de Piamonte y Garibaldi, pero no fue así; el revolucionario en una entrevista en Teano, al Norte de Nápoles, reconoció a Víctor Manuel como rey de Italia el 26 de octubre de 1860. El primer parlamento de toda Italia se reunió en Turín en febrero de 1861 y al mes siguiente proclamó a Víctor Manuel II de Piamonte rey de la Italia unificada.
Años más tarde, en 1874, Garibaldi fue electo diputado. Su entrada al congreso fue triunfal, obtuvo el reconocimiento de la Cámara y del monarca. Su figura había traspasado las fronteras de lo humano, lo que lo convirtió en una leyenda, un personaje mítico, objeto de novelas, poemas y obras biográficas.