La conquista de lo que actualmente llamamos México se encuentra enmarcada en el contexto de la reconquista española, iniciada en el año 722 con la Batalla de Covadonga y culminada en 1492 con la expulsión de los musulmanes de España.
Los viajes iniciados por Cristóbal Colón bajo el patrocinio de los Reyes Católicos, unificadores de España, favorecieron la ocupación hispana de América, primero en la región del Caribe para continuar, con el paso de los años, por el norte, el centro y el sur del continente. En 1519 Hernán Cortés inició la conquista del imperio mexica, que culminó dos años después, en 1521, gracias a la ayuda recibida por los tlaxcaltecas. A continuación, los españoles impusieron sus estructuras políticas (sistema de virreinato), económicas (encomienda, repartimiento, trabajo libre asalariado, comercio, minería, agricultura y ganadería), religiosas (evangelización y catequesis para imponer el cristianismo entre los indígenas), sociales (sociedad dividida por pureza de sangre y origen) y culturales (desarrollo de las bellas artes).
En muchos casos, tales estructuras no se dieron de manera pura; es decir, se mezclaron con usos, costumbres y tradiciones indígenas para dar vida a un territorio mestizo, producto de la convivencia y de la fusión entre conquistados y conquistadores.
Al inicio del siglo XVIII hubo un cambio en la casa reinante española por el que los Habsburgo, de origen austriaco, fueron sustituidos por los Borbón, de extracción francesa. La nueva dinastía favoreció, a través de una serie de cambios conocidos como las Reformas Borbónicas, una transformación institucional en Nueva España que redundó en la pérdida de autonomía política del Virrey y en el incremento de la productividad de la economía novohispana. Es importante señalar que en esta época, y como consecuencia del trabajo realizado por los jesuitas en sus colegios, surgió el criollismo, movimiento ideológico que fomentaba entre los criollos del virreinato el orgullo de haber nacido en esta tierra sin negar, por supuesto, su herencia española.
En los caminos yacen dardos rotos,
los cabellos están esparcidos.
Destechadas están las casas,
enrojecidos tienen sus muros.
Gusanos pululan por calles y plazas,
y en las paredes están salpicados los sesos.
Rojas están las aguas, están como teñidas,
y cuando las bebemos,
es como si bebiéramos agua de salitre.
Golpeábamos, en tanto, los muros de adobe,
y era nuestra herencia una red de agujeros.
Con los escudos fue su resguardo,
pero ni con escudos puede ser sostenida su soledad.
Llorad, amigos míos,
tened entendido que con estos hechos
hemos perdido la nación mexicatl.
¡El agua se ha acedado, se acedó la comida!
Esto es lo que ha hecho el Dador de la Vida
en Tlatelolco…
Miguel León-Portilla et al., Visión de los vencidos.
Relaciones indígenas de la Conquista,
UNAM, México, 1971, p. XVI..
(…) el Consulado [de la ciudad de México], se opuso a que los mexicanos estuviesen representados en las cortes españolas, cargando de negrura el cuadro que hace de los indios, de las castas y hasta de los criollos. Buscando otros fines, aquellos españoles recalcitrantes daban a entender, que su obra civilizadora en esta región de América había sido un ruidoso fracaso: Oigamos lo que dice de los criollos: “Un millón de blancos, que se llaman españoles americanos, muestran la superioridad sobre los otros cinco millones de indígenas, más por sus riquezas heredadas, por su carrera, por su lujo, por sus modales y por su refinamiento en los vicios, que por diferencias sustanciales de índole, sentimientos, propensión, según lo acredita la multitud de blancos sumidos en la plebe por sus dilapidaciones.
Los españoles americanos se ocupan de arruinar la casa paterna, de estudiar en la juventud por la dirección de sus mayores, de colocarse en todos los destinos, oficios y rentas del Estado, y de profesar las facultades y artes y de consolarse en la ausencia de sus riquezas con sueños y trazas de la independencia que ha de conducirlos a la dominación de las Américas. Destituidos de la economía y previsión, con mucho ingenio, sin reflexión ni juicio, con más pereza que habilidad, con más apego a la hipocresía que a la religión, con extremado ardor para todos los deleites, y sin freno que los detenga, los blancos indígenas juegan, enamoran, beben y disipan en pocos días las herencias, dotes y adquisiciones que debían regalarles toda su vida, para maldecir luego a la fortuna (…), y para suspirar tras un nuevo orden de cosas que les haga justicia…”
“No obstante”, sigue diciendo, “esta pequeña y resabiada familia (la de los pocos españoles europeos), es el alma de la prosperidad y de la opulencia del reino por sus empresas en la agricultura, minería, fábricas y comercio, cuyos manejos gozan casi exclusivamente, no tanto por su energía o actividad codiciosa, como por la desaplicación e inconducta de los criollos. (…) En el Nuevo Mundo se entiende por patrimonio el amor del país en que se ha nacido, y esta definición trunca o equivocada vierte celos y resentimientos entre ultramarinos e indígenas, como que es la raíz de la adhesión de los unos y de la aversión de los otros a la Madre Patria”.
Los criollos eran, pues, completamente secundarios en la explotación de las riquezas nacionales, ya que toda la producción (agrícola, minera e industrial) era manejada casi exclusivamente por los pocos españoles europeos que había en la colonia; y lo mismo sucedía en el comercio.
Gregorio Torres Quintero, México hacia el fin del virreinato español
(1ª edición 1921), Conaculta, México, 1990, pp. 58-59.
Los principios básicos de esta nueva doctrina se identificaban con los del llamado “despotismo ilustrado”, regalismo o predominio de los intereses del monarca y del Estado sobre los individuos y corporaciones; impulso de la agricultura, industria y comercio con sistemas de raciones; desarrollo del conocimiento técnico y científico y difusión de las artes.
La aplicación de este programa demandaba una nueva organización administrativa del Estado y nuevos funcionarios. Para lo primero se adoptó el sistema de intendentes o gobernadores provinciales que se había instaurado en Francia; y para lo segundo, se hizo un extenso reclutamiento de hombres en las filas de clase media ilustrada y entre los extranjeros.
(…) En cuanto a América, el hecho de que la Guerra de Siete Años terminara con la toma de La Habana por los ingleses y que la Paz de París dejara a Francia casi sin posesiones americanas y a España sola frente a Inglaterra, apresuró la adopción de una política que se venía pregonando desde 1743, cuando [se] abogaba por la supresión del monopolio de Cádiz, el reparto de la tierra a los indígenas, el fomento de la minería y la ampliación del mercado americano para las manufacturas españolas. Sin embargo, la política que los Borbones decidieron aplicar en las Indias a partir de 1760 incluía propósitos más amplios: reforma del aparato administrativo de gobierno; recuperación de los poderes delegados [por los Habsburgos] a las corporaciones; reforma económica; y, sobre todo, mayor participación de la colonia en el financiamiento de la metrópoli. (…)
Todas las reformas borbónicas tuvieron un sentido político final: cancelar una forma de gobierno e imponer otra; pero en el conjunto se pueden distinguir las encaminadas a transformar el régimen político implantado por los Habsburgos, las que afectaron al cuadro administrativo encargado de aplicar esa política, y las destinadas a modificar la economía y la hacienda coloniales.
Enrique Florescano e Isabel Gil Sánchez, “La época de las reformas borbónicas y
el crecimiento económico, 1750-1808”, Historia general de México, vol. 1,
El Colegio de México, México, 1981, pp. 488-492..
Después de haber examinado la agricultura mexicana como el primer manantial de la riqueza nacional y de la prosperidad de los habitantes, nos falta delinear el cuadro de las producciones minerales que desde dos siglos y medio a esta parte se benefician en las minas de Nueva España. Este cuadro, por extremo brillante a los ojos de los que no calculan sino por el valor nominal de las cosas, no lo es tanto si se considera el valor intrínseco de los metales beneficiados, su utilidad relativa y la influencia que tienen en la industria manufacturera (…)
He tenido ocasión de visitar las célebres minas de Tasco, de Pachuca y de Guanajuato (…) sus vetas exceden en riqueza a cuanto se ha descubierto en las demás partes del mundo, y he podido comparar las diversas especies de labores de México con las que el año anterior había observado en las minas del Perú.
Estado general de las minas de Nueva España
I. Intendencia de Guanajuato
Desde los 20° 55´hasta los 21° 30´de latitud boreal, y desde los 102° 30´hasta los 103° 45´de longitud occidental.
Diputaciones de minería, o sean distritos
1. Guanajuato
Reales de minas. Guanajuato, Villalpando, Monte de San Nicolás, Santa Rosa Obejera, Santa Ana, San Antonio de las Minas, Comanja, Capulín, Comanjilla, Gigante, San Luis de la Paz, San Rafael de los Lobos, Durazno (…)
II. Intendencia de Zacatecas
Desde los 22° 20´hasta los 24° 33´de latitud boreal, y desde los 103° 12´hasta los 105° 9´de longitud occidental.
Diputaciones
2. Zacatecas
3. Sombrerete
4. Fresnillo
5. Sierra de Pinos
Reales. Zacatecas, Guadalupe de Veta Grande, San Juan Bautista de Pánuco, La Blanca, Sombrerete, Madroño, San Pantaleón de la Noria, Fresnillo, San Demetrio de los Plateros, Cerro de Santiago, Sierra de Pinos, La Sauceda, Cerro de Santiago, Mazapil.
La plata extraída en los 37 distritos de minas en que se divide el reino de Nueva España, entra en las cajas reales establecidas en las cabeceras de las intendencias. Por lo que reciben estas cajas puede calcularse la cantidad de plata que dan las diferentes partes del reino. He aquí el estado de once de estas tesorerías provinciales.
La parte de las montañas mexicanas que hoy produce la mayor cantidad de plata está comprendida entre los paralelos de 21 y 24 grados y medio. Las célebres minas de Guanajuato no distan en línea recta de las de San Luis Potosí sino 30 leguas; de San Luis Potosí a Zacatecas hay 34; de Zacatecas a Catorce 31 y de Catorce a Durango 74.
Desde 1785 a 1789 entraron en las cajas Reales de:
Marcos de plata
Guanajuato…………………………………………………………………………..…..….… 2. 469 000
San Luis Potosí (Catorce, Charcas, San Luis Potosí)……………………..……. 1.515 000
Zacatecas (Zacatecas, Fresnillo, Sierra de Pinos)…………………………….... 1.205 000
México (Tasco, Zacualpan, Sultepec)…………………………..……………………. 1.055 000
Durango (Chihuahua, Parral, Guarisamey, Cosihuiriachi)…………….…….… 922 000
Rosario (Rosario, Cosalá, Copala, Alamos)…………………………………..………. 668 000
Guadalajara (Hostotipaquillo, Asientos de Ibarra)…………………………..…… 509 000
Pachuca (Real del Monte, Morán)………………………………………………..……… 455 000
Bolaños………………………………………………………………….…………………….……… 364 000
Sombrerete……………………………………………………………………..………………….. 320 000
Zimapán (Zimapán, Doctor)…………………………………………….…….…………….. 248 000
Suma de cinco años………….. 9.730 000
Fuente: Alexander von Humboldt, “Estado de las minas de Nueva España, Su producto en oro y plata. Riqueza media de los minerales. Consumo anual de mercurio en la amalgación. Cantidad de metales preciosos que han pasado de un continente a otro desde la conquista de México”, Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, Porrúa, México, 1991, pp. 319-445.
1. ¿Qué tipo de información brinda este texto sobre la economía de la Nueva España?
a. Entre 1799 y 1804, el barón Alexander von Humboldt realizó su conocida expedición americana de la cual surgió su célebre Ensayo político sobre el reino de la Nueva España. Esta obra incluía representaciones artísticas de la botánica, la zoología y los restos materiales de las culturas prehispánicas del territorio. Este texto tuvo gran impacto en Europa y no sólo fue leído por científicos, sino también por políticos, viajeros y público en general, y como consecuencia de su éxito se hicieron varias ediciones y reimpresiones en francés e inglés.
b. Durante el siglo XIX se desarrolló el imperialismo económico, durante el cual las principales potencias europeas como Francia, Inglaterra e inclusive Rusia tenían interés en apoderarse de los territorios americanos, entre ellos México; sin embargo, Estados Unidos (EU) también mostró intereses expansionistas. La razón de esta política obedecía principalmente a cuestiones económicas. Así, en 1846, EU invadió México, lo que provocó la pérdida de casi la mitad del territorio nacional.
2. De acuerdo con la información anterior, ¿qué relación existió entre la obra de Humboldt y el interés de las potencias sobre México?
3. Antes de la guerra contra México, la clase política de EU conocía la obra de Humbolt, ¿cuál habría sido el interés en este texto y qué relación pudo haber tenido con la invasión al país?
4. En el cuadro anterior, Humboldt hizo referencia a la mina de Zimapán en Hidalgo, centro minero que aún se encuentra en funcionamiento y sobre la cual organizaciones ecologistas han denunciado un ecocidio. Para esta actividad deberás investigar: a) ¿cuál es la problemática actual con esta zona minera?; b) ¿cuál ha sido la respuesta de las autoridades municipales, estatales y federales?, y c) ¿cómo se ha visto afectada la población de esta zona?
Para esta actividad te recomendamos consultar el documental de Canal 6 de Julio, Bienvenidos a Zimapan, Cementerio Tóxico.
Que yo, señora, nací
en la América abundante,
compatriota del oro,
paisana de los metales,
a donde el común sustento
se da casi tan de balde,
que en ninguna parte más
se ostenta la tierra madre.
De la común maldición
libres parecen que nacen
sus hijos, según el pan
no cuesta al sudor afanes.
Europa mejor lo diga,
pues ha tanto que, insaciable,
de sus abundantes venas
desangra los minerales.
Citado por Jorge Alberto Manrique, “Del Barroco a la ilustración”,
Historia general de México, El Colegio de México, vol. 1, México, 1976, p. 648..
Instrucciones
A continuación, deberás leer con atención los siguientes textos.
Fuente 1
Desde los primeros tiempos de la evangelización, los frailes concibieron su empresa como una cruenta batalla contra las huestes del Mal. Para los franciscanos y más tarde para el resto de los evangelizadores, los templos paganos, los ídolos, los sacrificios humanos y el canibalismo existentes entre los indios fueron vistos como pruebas contundentes de la presencia y de la acción diabólica en el Nuevo Mundo.
De esta manera, los frailes vieron con horror los vicios y pecados que habían plagado el mundo indígena hasta entonces. Sin embargo, es importante recordar que, al mismo tiempo que los frailes repudiaron todo aquello que a sus ojos hablaba de la presencia de Satanás en el Nuevo Mundo, los misioneros reconocieron que el orden de violencia y crueldad que habían reinado entre los indios durante siglos no había obedecido a la responsabilidad directa de estos últimos. Bajo la mirada de los frailes, los indios eran sujetos buenos e inocentes que habían sido víctimas de los engaños y mentiras del Demonio.
En realidad, para los frailes, antes de su llegada, los indios habían estado ajenos a la palabra de Dios y por lo tanto, habían desconocido la naturaleza pecaminosa de sus actos. Si los indios practicaban el canibalismo, realizaban sacrificios humanos, se embriagaban y tenían una moral sexual completamente reprobable según la mentalidad cristiana, estas malas costumbres no se debían a una naturaleza mala inherente a los indios mismos, sino más bien, a la infamia de Satán que los había sometido por tanto tiempo bajo su dominio.
Fuente: Estela Roselló Soberón, Así en la tierra como en el cielo. Manifestaciones cotidianas de la culpa y el perdón en la Nueva España de los siglos XVI y XVII, El Colegio de México, México, 2006, p. 69.
Fuente 2
La administración de los sacramentos
(…) Se veía llegar al tribunal de la penitencia sin muestra alguna de dolor ni arrepentimiento: ¿había de dárseles la absolución? Muchos confesores se hallaban perplejos. Al mismo tiempo, era sumamente difícil obtener de los indios una confesión precisa, al grado de que los agustinos de Tiripitío llegaron a imaginar que no hacían otra cosa que dar indicaciones mentirosas. Un examen más detenido les hizo llegar a la conclusión de que los penitentes procedían con sinceridad en la declaración de sus pecados y sólo exageraban, por un desarreglo de su fantasía, el número de veces cometidos. Aparte de que no sabían precisar bien: si el confesor les proporcionaba una cifra, la adaptaban en seguida y la conservaban en la cuenta de los demás pecados.
Como los pecados se localizan en el tiempo y no en el espacio, se sustraen, al menos en cuanto al número, a la intuición visual de los tarascos, en particular los pecados de intensión y los pecados de pensamiento. Acosados y atormentados por un confesor, que les parece extraordinariamente minucioso, incapacitados para precisar la memoria en lo que se les pide, así como para hacer uso de su escasa aritmética, acaban por dar una cifra a la buena de Dios, o por aceptar la que el confesor les propone y, una vez salvados con ella, la conservan hasta el fin de su confesión y la repiten con toda clase de pecados. Con esto se evitan un trabajo penoso y creen que con su docilidad agrada al confesor.
Fuente: Robert Ricard, La conquista espiritual de México. Ensayo sobre el apostolado y los métodos misioneros de las órdenes mendicantes en la Nueva España de 1523-1524 a 1572. FCE, México, 2004, p. 211.
Fuente 3
El indio en los decretos del Concilio
El indio, hombre
1. El indio es de poca capacidad intelectual y moral.
Una de las mayores preocupaciones de los prelados es la ignorancia religiosa que campa entre la gran masa de los convertidos recientemente. Siguiendo los pasos de Concilios anteriores, pero adaptándose más a la “multitud de gente ruda”, a los “yndios y las demás personas de poca capacidad”, en uno de los primeros decretos ordena el Concilio que el nuevo texto del catecismo sea el único para toda la Provincia eclesiástica, el que hará el padre Juan de la Plaza… y aprobará el Concilio.
Además de esta rudeza de los naturales, o como resultado de ella, no deja de hacer notar el Concilio la suma facilidad con que los indígenas olvidan lo que se les ha enseñado, de aquí que sea necesario repetir una y otra vez, e insistir en esta repetición de la doctrina cristiana. El decreto parece inspirado en la experiencia de muchos años de trabajo entre los indígenas.
A esta poquedad intelectual se añade otra psicológica, porque los indios son tímidos y pusilánimes, de donde se sigue ser necesario que sus curas los traten con mansedumbre y afabilidad, y no con amenazas ni asperezas. De la misma razón brota el que con gran facilidad juren en falso y se dejen inducir a ello, con notable falta de sentido de responsabilidad; de donde deducen los obispos, de acuerdo con misioneros y seglares, que no hay que admitirlos fácilmente como testigos en los juicios.
Fuente: José Llaguno, La personalidad jurídica del indio y el III Concilio Provincial Mexicano (1585), Ensayo histórico-jurídico de los documentos originales, Biblioteca Porrúa, México, 1983, pp. 117-118.
Ídolos suplantados. El surgimiento de los santuarios novohispanos
A finales del siglo XVI (…) los religiosos tuvieron que aceptar que la cristianización de los indios era aún incipiente. De todo el territorio novohispano llegaban noticias de que los cultos a los dioses antiguos continuaban vivos. Esa necesidad de acabar con esas supervivencias idolátricas fue la que inspiró las obras de fray Bernardino de Sahagún y de fray Diego Durán y muchos de los temas de las pinturas murales en templos, porterías y capillas abiertas, destinados a reforzar el cristianismo de fieles parroquianos, pero insuficientemente instruidos. Para entonces los cambios provocados por la colonización en la vida cotidiana de los indios habían calado muy profundamente y una enorme cantidad de objetos, símbolos y valores de la cultura occidental habían sido integrados al mundo indígena. Sin embargo, estos elementos cristianos compartían el espacio de las creencias y de las prácticas con aquellos heredados de la tradición ancestral que aún pervivía.
Ya fray Bernardino de Sahagún había percibido que la veneración de Jesucristo se había dado “conforme a la costumbre antigua que tenían, que cuando venía alguna gente forastera a poblar cerca de los que estaban ya poblados, cuando les parecía tomaban por dios al dios que traían los recién llegados”. Esta situación la pinta también fray Diego Durán, que cuenta lo que un indio le comentó a raíz de una llamada de atención que el fraile le hiciera por gastarse en una boda el dinero juntado con grandes trabajos: “Padre no te espantes pues todavía estamos Nepantla (…) que quiere decir estar en medio […] que ni bien acudían a la una ley ni a la otra”. El mismo fray Diego aseveraba que era práctica común la asimilación de las fiestas cristianas a las paganas, pues el registro del tiempo del calendario cristiano, junto con su santoral, eran compatibles con las festividades indígenas y durante ellas cantaban en voz baja a sus dioses en medio de los cantos a Cristo o a la Virgen: “Hoy en día lo usan en algunas solemnidades particularmente en la fiesta de la Ascensión y en la del Espíritu Santo que caen por mayo, y en algunas que corresponden a sus antiguas fiestas. Véolo y callo porque veo pasar a todos por ello, y también tomo mi báculo de rosas como los demás y voy considerando la mucha ignorancia nuestra”.
Es muy significativa la segunda parte de la cita y nos muestra una actitud que debió ser común entre los frailes: callar y aceptar pues a la larga el culto cristiano terminaría por sobreponerse. En este ambiente se situó uno de los fenómenos más importantes que sucedieron es esa segunda mitad del siglo XVI: el surgimiento de los santuarios de peregrinación novohispanos, centros surgidos por la necesidad de suplantar cultos a antiguas divinidades, pero aprovechando la sacralidad de los espacios que atraían fieles desde épocas ancestrales. A pesar de que algunos religiosos consideraron que estas manifestaciones podían ser peligrosas, pues ocultaban tendencias idolátricas, la actitud general en ambos cleros fue seguir los dictámenes del Concilio de Trento que defendía el culto a imágenes milagrosas, siempre que éste recibiera el aval de la autoridad episcopal.
Uno de estos primeros cultos de sustitución apareció en el pueblo de Amecameca, en el cerro de Amaqueme que tenía enfrente al volcán Iztaccíhuatl, en el cual había un santuario a Tláloc, el dios de la lluvia, y a Chalchiuhtlicue, diosa del agua.
(…) El nuevo santuario, que por su localización en un camino muy transitado que comunicaba a la Ciudad de México con el sureste del territorio, se convirtió en breve en uno de los centros de peregrinación más importantes de Nueva España, pero al parecer su control se mantuvo bajo la comunidad indígena de Amecameca, por lo menos hasta el siglo XVIII.
Otra situación distinta de sustitución se dio en el santuario prehispánico de Chalma, donde los agustinos promovieron la veneración de la imagen de un Cristo crucificado en una cueva en la que se veneraba a Oxtotéotl, una advocación de Tezcatlipoca, pero donde el control indígena desapareció muy pronto.
Sin embargo, más importantes que las imágenes de Cristo impuestas sobre santuarios prehispánicos fueron las de la Virgen María, muy extendidas pues suplantaron a las innumerables divinidades femeninas. Una de ellas fue la virgen de los Remedios, promoción capitalina del cabildo de México, dispensadora de lluvias y asociada con la luna (…) Fray Diego Durán aseguraba que en el lugar, donde después estaría la ermita de los Remedios, existía un santuario dedicado a Toci, la diosa abuela cuyos atributos eran una rodela guerrera y una escoba; en su templo, conocido como Cihuateocalli (oratorio de mujeres), Cortés descansó durante la huida de la Noche Triste.
(…) La virgen de los Remedios se convirtió en la principal benefactora de la ciudad, y el ayuntamiento promovió los traslados de la imagen a la capital durante sequías y epidemias.
(…) Otra virgen venerada por la Ciudad de México alrededor de 1600: la virgen Guadalupe. La primera mención que se tiene de esta “aparición” fue consignada en náhuatl en un texto que lleva por título Nican Mopohua y en el siglo XVII se atribuyó a Antonio Valeriano, un discípulo de los franciscanos en Tlatelolco y gobernador indígena en varios poblados.
Con el tiempo, iconos como los de Los Remedios, Chalma, Amaqueme o Guadalupe comenzaron a aglutinar en todas las regiones de Nueva España los sentimientos de pertenencia al terruño y atraían a sus santuarios a numerosos peregrinos agradecidos por los favores recibidos o que buscaban salud y fortuna. En el santuario confluyeron las “mandas”, las promesas corporativas o individuales, las limosnas, las ofrendas, los exvotos y las peregrinaciones. En la mayoría de los casos, el proceso devocional se iniciaba con un culto desarrollado en el ámbito popular, que con el tiempo era promovido por el clero local y por los obispos españoles hasta convertirse en una devoción regional. En forma paralela, se expandían esos cultos por medio se sermones, retablos, punturas, grabados, santuarios sufragáneos, cofradías y hermandades que organizaban fiestas y procesiones e imágenes peregrinas, copias fieles de las originales que realizaban giras promocionales para recolectar limosnas y expandir su culto.
Los santuarios de peregrinación fueron muestra de una realidad que ya había cambiado profundamente en la segunda mitad del siglo XVI. La contrarreforma católica, además de fortalecer la posición de los clérigos como rectores sociales y de ejercer mayores controles sobre la religiosidad popular, estaba dando un gran espacio al culto de reliquias e imágenes.
Fuente: Antonio Rubial, El paraíso de los elegidos. Una lectura de la historia cultural de Nueva España (1521-1804), FCE, México, 2010, pp. 175-183.
(…) Aquí nuevamente los ejemplos son contundentes, tanto por su número como por su naturaleza, y lo mismo la antropología que la etnología contribuyen a ampliar la cosecha.
Entre esos ejemplos sólo mencionaremos algunos de los que descubrió Gonzalo Aguirre Beltrán en la sierra de Zongolica. Explicando las asimilaciones entre sobrenaturales prehispánicos y cristianos a partir de semejanzas, pero también de oposiciones estructurales o funcionales, el antropólogo muestra cómo Xiuhcoatl –de Huitzilopochtli–, que disipa las tinieblas con su resplandor, se convirtió en el arcángel san Miguel, portador de la espada flamígera; cómo el dios tutelar de los tzoncoliuhque (o sea los pueblos de Zongolica), de nombre Tzoncoltzin, caracterizado por su estatus mediocre de deidad cazadora recolectora y de pelo rizado, se transformó en un san Francisco, también de pelo rizado y reconocida pobreza; cómo el pueblo llamado Teoixuacan, que significa lugar del sol joven (mancebo), recibió el patronazgo de san Juan, quien bajo su advocación de Bautista o Evangelista es siempre representado joven y virgen en la iconografía cristiana, etcétera.
De manera general, es sabido que el dios Tezcatlipoca se convirtió con frecuencia en una de las advocaciones de san Juan (…), que el dios viejo del fuego, Huehueteotl, fue a menudo asimilado con san Simeón y sobre todo con san José, representados tradicionalmente como ancianos, que el belicoso Huitzilopochtli y a veces Tezcatlipoca, de nuevo, encontraron en el arcángel san Miguel o en el apóstol Santiago unos sustitutos adecuados, y que las diosas prehispánicas de la tierra y la vegetación no tuvieron mayores dificultades en fundirse en la múltiples advocaciones marianas.
Fuente: Solange Alberro, El águila y la cruz. Orígenes religiosos de la conciencia criolla. México, siglos XVI-XVII, FCE, México, 1999, pp.33-35.
Dos métodos se usaron en cuanto a los cantos. El más sencillo y sin gran valor educativo religioso, consistió en traducir en lengua de indios composiciones españolas, octavas, canciones, romances, redondillas: los indios cantaban estas traducciones con la misma música de los originales y lo hacían muy a su placer. El segundo método y evidentemente de mucho mayor alcance, consistió en adaptar nueva letra en lengua indígena a los antiguos ritmos de los cantos profanos. (…)
Éste es quizá uno de los trabajos de los misioneros que más han resistido a las vicisitudes de los siglos. A él hay que remontar el origen, impreciso, de la mayoría de los cantos que aún podemos oír en los famosos santuarios de México, tales como Chalma, San Salvador el Seco, los Remedios, Cholula. Más aún, por una manera de contaminación, también en ellos hay que poner el origen de algunas canciones populares: una de las primeras canciones compuestas en español por los indios fue la que se cantó con ocasión de la fi esta del Pendón, y que un colegial de Tlatelolco, colegio de los indios dirigido por franciscanos, compuso. Esta canción tiene todo el tenor del corrido, llamado a la sazón tocotin, y que es una de las más populares formas del canto en México.
Robert Ricard, La conquista espiritual de México,
op. cit., pp. 292-293.