La Revolución de Ayutla, que tuvo lugar en el año de 1855, transformó el rostro del país al permitir llegar al poder a una nueva generación de liberales, representada por Benito Juárez, José María Iglesias y los hermanos Miguel y Sebastián Lerdo de Tejada, entre muchos más, los cuales encontraron en la Iglesia y el grupo conservador una oposición férrea a su proyecto de Estado liberal.
Esta situación derivó en el estallido de una guerra civil conocida como la Guerra de Reforma (o de los Tres Años) que culminaría en 1860 con la derrota del grupo conservador-católico y el sometimiento de la Iglesia a manos del Estado mexicano.
Con todo, el conflicto de fondo no llegó a su fin tras esta derrota, pues el bando perdedor apoyó al ejército francés cuando éste invadió México por órdenes del emperador Napoleón III, quien intentaba establecer un imperio católico en toda América Latina.
Debido a esta intervención se pudo proclamar en México el Segundo Imperio, teniendo a Maximiliano de Habsburgo como su cabeza. Sin embargo, el carácter liberal del emperador, aunado a su distanciamiento con la Iglesia católica mexicana, la resistencia republicana, la recurrente crisis económica y el retiro del apoyo francés a principios de 1867 condenaron al fracaso esta aventura imperial.
La muerte de Maximiliano no sólo significó el fin del Segundo Imperio; también representó el fin de las luchas internas por la definición política de México, nación que se proclamó, a partir de ese momento, como república federal.
Fue en tiempos de la República Restaurada cuando México contó, finalmente, con un proyecto de nación sólido sobre el que se trabajaría en los años por venir.
Entre los logros de Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada, presidentes en esa época, se pueden contar la pacificación del país, la creación de la Cámara de Senadores, la disminución del número de militares y el desarrollo de la infraestructura nacional.
Sin embargo, a tales éxitos hay que sumar una serie de problemas originados por la crisis económica, el manejo en ocasiones tiránico del poder, el control presidencial de los gobernadores y la existencia de un fraude electoral sistemático.
La aparición en la escena política del general Porfirio Díaz representó una opción diferente frente al binomio Juárez-Lerdo, quienes acapararon el poder entre 1857 y 1876; no obstante, sólo pudo acceder al poder gracias al levantamiento militar originado en Tuxtepec en 1876 y al consiguiente proceso electoral celebrado un año después.
En el plano artístico y cultural, en esta época se desarrolló el costumbrismo, una corriente nacionalista que, si bien no desdeñaba a otras culturas, exaltaba los usos y las costumbres populares que eran vistos, a la sazón, como fundamento y esencia de lo auténticamente mexicano.
En la mente de la mayor parte de los liberales, los conceptos de religión, de Iglesia y de clero estaban bien definidos. No puede negarse que hubo espíritus exaltados que de esos conceptos hicieron uno solo, al cual aplicaron desacertados epítetos, mas también hay que reconocer que muchos de ellos eran profundos creyentes, que se percataban de la alta y noble finalidad de la religión y de la no menos elevada misión de la Iglesia y de sus ministros. Por ello trataban de que la Iglesia, ocupada mucho tiempo en transitorios intereses, ligada en ocasiones a causas antipopulares e injustas, recuperara la nobilísima función espiritual a que por su naturaleza debía atender preferentemente.
La mención que los hombres de la Reforma hacen de continuo de Dios, de la Providencia y de su auxilio no eran meros pretextos, como muchos aseguran, para atraer al pueblo a su causa, sino surgidas del fondo de su conciencia, de sus convicciones y de sus prácticas. Por otra parte, ellos, como los héroes de la Independencia, sentían que el nombre de Dios no es monopolio de unos cuantos que se consideran privilegiados para mencionarlo, sino de toda criatura viva que reconoce en Él su Supremo Hacedor. Salvo en casos excepcionalísimos, ese concepto fue empleado por los reformistas con despreocupación. Iglesia y clero, adversarios en la lucha, sí recibieron ataques muy severos.
Ernesto de la Torre Villar, “Ideario de la Reforma”, en
Historia de México, Vol. 7, Salvat, México, 1972, p. 298.
Que considerando que uno de los mayores obstáculos para la prosperidad y engrandecimiento de la nación, es la falta de movimiento o libre circulación de una gran parte de la propiedad raíz, base fundamental de la riqueza pública; y en uso de las facultades que me concede el plan proclamado en Ayutla y reformado en Acapulco, he tenido a bien decretar lo siguiente:
Art. 1. Todas las fincas rústicas y urbanas que hoy tienen o administran como propietarios las corporaciones civiles o eclesiásticas de la República, se adjudicarán en propiedad a los que las tienen arrendadas, por el valor correspondiente a la renta que en la actualidad pagan, calculada como rédito al seis por ciento anual.
(…) 3. Bajo el nombre de corporaciones se comprenden todas las comunidades religiosas de ambos sexos, cofradías y archicofradías, congregaciones, hermandades, parroquias, ayuntamientos, colegios, y en general todo establecimiento o fundación que tenga el carácter de duración perpetua e indefinida.
(…) 8. Sólo se exceptúan de la enajenación que queda prevenida, los edificios destinados inmediata y directamente al servicio u objeto del instituto de las corporaciones, aun cuando se arriende alguna parte no separada de ellos, como los conventos, palacios episcopales o municipales, colegios, hospitales, hospicios, mercados, casas de corrección y de beneficencia. Como parte de cada uno de dichos edificios, podrá comprenderse en esta excepción una casa que esté unida a ellos y la habiten por razón de oficio los que sirven al objeto de la institución, como las casas de los párrocos y de los capellanes de religiosas. De las propiedades pertenecientes a los ayuntamientos se exceptuarán también los edificios, ejidos y terrenos destinados exclusivamente al servicio público de las poblaciones a que pertenezcan.
(…) 25. Desde ahora en adelante, ninguna corporación civil o eclesiástica, cualquiera que sea su carácter, denominación u objeto, tendrá capacidad legal para adquirir en propiedad o administrar por sí bienes raíces, con la única excepción que expresa el artículo 8º. (…)
26. En consecuencia, todas las sumas de numerario que en lo sucesivo ingresen a las arcas de las corporaciones, por redención de capitales, nuevas donaciones u otro título, podrán imponerlas sobre propiedades particulares, o invertirlas como accionistas en empresas agrícolas, industriales o mercantiles, sin poder por esto adquirir para sí ni administrar ninguna propiedad raíz.
Dado en el Palacio Nacional de México, a 25 de junio de 1856.
Ignacio Comonfort.- Al C. Miguel Lerdo de Tejada.
Álvaro Matute, Antología: México en el siglo XIX,
Fuentes e interpretaciones históricas, UNAM, México, 1973, pp. 151-152.
(….) Me dice usted que, abandonando la sucesión de un trono de Europa, abandonando a su familia, sus amigos y sus bienes, y, lo más caro para el hombre, su patria, se han venido usted y su esposa, doña Carlota, a tierras lejanas y desconocidas, sólo por corresponder al llamamiento espontáneo que le hace un pueblo que cifra en usted la felicidad de su porvenir. Admiro positivamente, por una parte, toda su generosidad y, por la otra parte, ha sido verdaderamente grande mi sorpresa al encontrar en su carta la frase llamamiento espontáneo, porque yo había visto antes que, cuando los traidores de mi patria se presentaron en comisión por sí mismos en Miramar, ofreciendo a usted la corona de México, con varias cartas de nueve o diez poblaciones de la nación, usted no vio en todo eso más que una farsa ridícula, indigna de ser considerada seriamente por un hombre honrado y decente. Contestó usted a todo esto exigiendo la voluntad libremente manifestada por la nación, y como resultado del sufragio universal; eso era exigir una imposibilidad, pero era una exigencia propia de un hombre honrado.
(…) Me invita usted a que vaya a México, ciudad donde usted se dirige, a fin de celebrar allí una conferencia en la que tendrán participación otros jefes mexicanos que están en armas, prometiéndonos a todos las fuerzas necesarias para que nos escolten en el tránsito, y empeñando, como seguridad, su fe pública y su palabra de honor. Imposible me es, señor, atender a su llamamiento: mis ocupaciones nacionales no me lo permiten; pero si en el ejercicio de mis funciones públicas yo debiera aceptar tal intervención, no sería suficiente garantía la fe pública, la palabra y el honor de un agente de Napoleón, de un hombre que se apoya en esos afrancesados de la nación mexicana y del hombre que representa hoy la causa de una de las partes firmantes del Tratado de La Soledad.
Me dice usted que de la conferencia que tengamos, en el caso de que yo la acepte, no duda que resultará la paz y con ella la felicidad del pueblo mexicano, y que el Imperio contará en adelante, colocándome en un puesto distinguido, con el servicio de mis luces y el apoyo de mi patriotismo. Es cierto, señor, que la historia contemporánea registra los nombres de grandes traidores, que han violado sus juramentos y sus promesas; que han faltado a su propio partido, a sus antecedentes y a todo lo que hay de sagrado para el hombre honrado; que en esas traiciones el traidor ha sido guiado por una torpe ambición de mando y un vil deseo de satisfacer sus propias ambiciones y sus mismos vicios; pero el encargado actualmente de la Presidencia de la República salió de las masas del pueblo y sucumbirá —si en los juicios de la Providencia está destinado a sucumbir— cumpliendo con su juramento, correspondiendo a las esperanzas de la nación que preside, y satisfaciendo las inspiraciones de su conciencia.
Tengo la necesidad de concluir, por falta de tiempo, y agregaré sólo una observación. Es dado al hombre, señor, atacar los derechos ajenos, apoderarse de los bienes, atentar contra la vida de los que defienden su nacionalidad, hacer de sus virtudes un crimen y de los vicios propios una virtud; pero hay una cosa que está fuera del alcance de la perversidad, y es el fallo tremendo de la historia. Ella nos juzgará.
Soy de usted, S. S., Benito Juárez.
Que la República Mexicana está regida por un gobierno que ha hecho del abuso un sistema político, despreciando y violando la moral y las leyes, viciando a la sociedad, despreciando a las autoridades, y haciendo imposible el remedio de tantos males por la vía pacífica; que el sufragio político se ha convertido en una farsa, pues el presidente y sus amigos, por todos los medios reprobables, hacen llegar a los puestos públicos a los que llaman sus “candidatos oficiales”, rechazando a todo ciudadano independiente.
Que la administración de justicia se encuentra en la mayor prostitución, pues se constituye a los jueces de distrito en agentes del centro para oprimir a los Estados; que el poder municipal ha desaparecido completamente, pues los ayuntamientos son simples dependientes del Gobierno, para hacer las elecciones; que los protegidos del presidente perciben tres y hasta cuatro sueldos por los empleos que sirven; que el despotismo del Poder Ejecutivo se ha rodeado de presidiarios y asesinos que provocan, hieren y matan a los ciudadanos ameritados; que la instrucción pública se encuentra abandonada, que los fondos de ésta paran en manos de los favoritos del presidente; que la creación del Senado, obra de Lerdo de Tejada y sus favoritos, para neutralizar la acción legislativa, imparte el veto a todas las leyes; que la funesta administración no ha servido sino para extorsionar a los pueblos; que el país ha sido entregado a la compañía inglesa con la concesión del Ferrocarril de Veracruz y el escandaloso convenio de las tarifas.
Que el presidente y sus favorecidos han pactado el reconocimiento de la enorme deuda inglesa, mediante dos millones de pesos que se reparten con sus agencias; que ese reconocimiento, además de inmoral, es injusto, porque en México nada se indemniza por perjuicios causados en la intervención.
Que aparte de esa infamia, se tiene acordada la de vender tal deuda a los Estados Unidos, lo cual equivale a vender el país a la nación vecina; que no merecemos el nombre de ciudadanos mexicanos, ni siquiera el de hombres, los que sigamos consintiendo en que estén al frente de la administración los que así roban nuestro porvenir y nos venden al extranjero; que el mismo Lerdo de Tejada destruyó toda esperanza de buscar el remedio a tantos males en la paz, creando facultades extraordinarias y suspensión de garantías para hacer de las elecciones una farsa criminal.
Art. 1. Son leyes supremas de la República la Constitución de 1857, el Acta de Reformas promulgada el 25 de septiembre de 1873, y la ley de 1874.
Art. 2. Tendrán el mismo carácter de Ley Suprema la No Reelección de presidente y gobernadores de los Estados, mientras se consigue elevar este principio a rango de reforma constitucional, por los medios legales establecidos por la Constitución.
Art. 3. Se desconoce a don Sebastián Lerdo de Tejada como presidente de la República, y a todos los funcionarios y empleados designados por él.
Art. 4. Serán reconocidos todos los gobernadores de los Estados que se adhieran al presente plan.
Art. 5. Se harán elecciones para Supremos Poderes de la Unión, a los dos meses de ocupada la capital de la República.
Art. 6. El Poder Ejecutivo, sin más atribuciones que las administrativas, se depositará, mientras se hacen elecciones, en el presidente de la Suprema Corte de Justicia actual, o en el magistrado que desempeñe sus funciones, siempre que uno u otro, en su caso, acepte en todas sus partes el presente plan y haga conocer su aceptación por medio de la prensa, dentro de un mes contado desde el día en que el mismo plan se publique en los periódicos de la capital.
Art. 7. Reunido el octavo Congreso Constitucional sus primeros trabajos serán la reforma constitucional de que habla el artículo segundo.
Art. 8. Los generales, jefes y oficiales que con oportunidad secunden el presente plan, serán reconocidos en sus empleos, grados y condecoraciones.Instrucciones
1. Localiza en YouTube los siguientes corridos e himno y analízalos con detenimiento:
2. ¿Qué información sobre la intervención francesa brindan estos corridos?
3. Investiga quién fue Juan Nepomuceno Almonte y cuál fue su relación con la intervención francesa.
4. “Fue Carlota de Bélgica quien en realidad llevó las riendas del segundo imperio”, ¿qué tan de acuerdo estás con esta sentencia? Investiga en fuentes confiables y especializadas, implesas o digitales, para justificar tu respuesta.
Instrucciones
Instrucciones
1. Busca un compañero para trabajar en pareja.
2. Localicen en Internet los siguientes documentos y analícenlos detenidamente:
3. Investiguen la importancia del escritor francés Víctor Hugo
4. Conforme al documento del inciso a, ¿por qué Víctor Hugo se opuso a la intervención francesa?
5. Según la fuente b, ¿cuál era la postura política de Víctor Hugo?
6. Tras analizar el documento b, ¿por qué Víctor Hugo pidió por la vida de Maximiliano?
7. Con base en la fuente c, ¿cuáles fueron las razones por las que el gobierno de EU pidió por la vida de Maximiliano?
8. El gobierno de EU estaba interesado en qué México estuviera regido por un gobierno republicano, entonces, ¿por qué ese país pidió por la vida del emperador?
Instrucciones
1. Localiza en alguna biblioteca o en internet los siguientes textos y lee con atención los capítulos que a continuación se indican, compara ambos textos:
2. ¿Qué diferencias hay entre estos autores al referirse a Juárez?
3. Investiga quién fue Francisco Bulnes y qué reacciones provocó su obra al ser publicada.
4. Con referencia a la figura de Juárez, ¿cuál es la relación existente entre la obra de Justo Sierra y la historia oficial?
Instrucciones
1. Busca dos compañeros con quienes formes un equipo de trabajo.
2. Localicen en Internet los siguientes documentos, posteriormente deberán leerlos y analizarlos con atención:
3. Según estos documentos, ¿cuál era el proyecto de nación que tenía el segundo Imperio mexicano?
4. ¿Cuáles eran sus objetivos en el ramo económico y social?
5. Registren sus conclusiones en un documento de Drive.
Nueva York, noviembre 29 de 1865.
Mi estimado Juárez:
Recibí tu cartita de 26 de octubre que he leído con mucho gusto porque veo que te conservas bueno que es todo lo que yo deseo; por aquí todos estamos buenos, sólo yo sigo con mis ideas raras de que yo tuve la culpa de la muerte de mis hijos. Esto me viene de los nervios porque tengo días en que puedo reflexionar y otros en que todo el día recorro desde el día que se enfermaron, lo que sufrieron y esto me hace sufrir lo que tú no puedes tener idea.
El día 8 de diciembre va a ser un año que murió mi hijo Pepe y lo tengo tan presente como si hubiera sido ayer. Mi hijo Toño que no tiene más que cuatro meses, debes considerar cómo lo tendré; lo que te puedo asegurar es que mi vida es la más triste y no tengo esperanza de mejorarla porque lo único que me tranquilizaría sería estar contigo, eso no es posible, no hay remedio para mi mal.
He tenido mucho gusto de saber que llegó el compadre (Ignacio) Mejía sin novedad y que hubieras recibido los pañuelos. Yo quisiera que me mandaras decir qué número es el de tus camisas, no tienen en el cuello, dímelo para que cuando se vaya alguno de aquí te pueda yo mandar aunque sean seis, porque creo que ya no debes tener ropa.
Te mando esta cartita de Pepe; yo le escribí ayer y le digo dónde estás; es seguro que ése se va a buscarte y si pasa por aquí con él te puedo mandar lo que necesites.
Me escribió Dublán, al que no le contesté y sólo lo hice con toda la familia.
Recibe mil abrazos de nuestros hijos y dale memorias de todos al compadre Mejía, al Sr. Lerdo, Iglesias, Goytia, Contreras, Sánchez y demás personas que estén contigo y tú, viejo, recibe el corazón de la jovencita que va a cumplir 40 años en mayo.
Margarita
A pesar de las derrotas y los continuos viajes, Benito Juárez tuvo presente
a su familia. Benito Juárez, Documentos, discursos y correspondencia,
Selección y notas de Jorge I. Tamayo, p. 454.